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UN ARQUITECTO DE LO EFÍMERO

Un arquitecto de lo efímero
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Carlos Rodero

Un arquitecto de lo efímero

Extractos de la entrevista realizada por Zolnay Ágota en noviembre de 2015

Traducción de Ladanyi Bea

Fotografías de Magos Eszter

Llegó a nuestra ciudad hace ya quince años y poco a poco se ha ido abriendo camino en el mundo teatral húngaro con proyectos escénicos apasionados y muchas veces audaces aunque, según él mismo reconoce, «todavía queda mucho por hacer». Productor, director escénico, dramaturgo y pedagogo hay pocas cosas en esta profesión de riesgo que no haya hecho. Con montajes como Csodakvintett [El quinteto de los milagros], Fragmentos de un diario de trabajo, Orfeo mordiendo el polvo o Matruska basados en sus propios textos o planteamientos dramatúrgicos se ha ganado una reputación de francotirador inquieto. Sus trabajos nunca han dejado indiferentes a nadie. Del teatro de texto a la danza, incluyendo algún trabajo para el público infantil, así como otras muchas actividades relacionadas con la promoción de la dramaturgia española contemporánea y con la pedagogía, se atreve con todo. La crítica recibió con alborozo Csodakvintett —quizá su éxito más unánime hasta la fecha, junto con la versión húngara de ¡Ay, Carmela! de José Sanchis Sinisterra para el Teatro Nacional de Pécs— se dividió radicalmente con Orfeo mordiendo el polvo y se ha mostrado siempre interesada con otras propuestas. Ha presentado sus trabajos en salas de gran reputación en la ciudad como el Teatro Nacional de Budapest, el Teatro Nacional de la Danza, Milleranis Teatrum, Teatro Tívoli o la Sala MU. Presentó en España su espectáculo de danza teatro Anatomía de un desgarro, inspirado en poemas de Miklós Radnóti y Miguel Hernández y junto a su estreno en el Círculo de Bellas Artes de Madrid de Matruska y Orfeo mordiendo el polvo, han sido sus únicas visitas a España en más de una década. Bajo la marca de MISERO PROSPERO Project acoge todos sus proyectos personales como compañía independiente.

Nos recibe en su casa, y antes de empezar me confiesa medio en broma medio en serio: «No sé si acaso soy un constructor de ficciones, un arquitecto de lo efímero… pero eso no lo pongas en tu artículo.»

Carlos Rodero

Carlos Rodero, 2015

¿Por qué Budapest?

Bueno, en realidad no hay un porqué. Decidí empezar a viajar fuera de España, después de una década muy intensa en Barcelona donde intentaba compaginar la lucha por sacar adelante una compañía de teatro independiente y formalizar mi formación. Estaba agotado y sentía la necesidad de reflexionar y de ver mundo, como suele decirse. Llegué a Budapest sin ningún plan, casi por azar, me gustó la ciudad y decidí quedarme una temporada. Seis meses, quizás un año… Y ya ves. En seguida empezaron a pasar cosas. Fue todo muy excitante, hasta que un día, después de casi dos años aceptado encargos, conociendo gente fascinante, me empecé a plantear si no sería esta una ciudad de acogida para continuar mi carrera. No fue nada premeditado. Simplemente ocurrió. Muchas veces las cosas más importantes sobre nuestra vida no las decidimos nosotros.

¿Y no echabas de menos tu país? ¿No pensaste en ningún momento volver?

Aunque no soy una persona nostálgica, siempre hay una parte de mí que echa algo de menos. Algunas personas o paisajes urbanos de Barcelona, algunos sabores, el vino, el mar sobre todo… Pero cuando las cosas funcionan y nacen proyectos que tienes que defender no puedes salir corriendo. Te concentras en lo que estás haciendo, trabajas para que salga y mientras tanto el tiempo corre sin avisar.

¿Es difícil ser extranjero en Budapest? ¿Qué dificultades has tenido que superar?

Lo más duro ha sido, es, el idioma. Digo es, porque aunque obviamente ahora no es como cuando empecé, siempre hay que tienes que estar aprendiendo y corrigiéndote, batallando por hacerte entender. La lengua húngara es de una gran belleza y al mismo tiempo de una extraordinaria complejidad. No se parece a nada. A la hora de afrontar una obra de texto o de entenderte con actores y actrices que no hablan inglés, los ensayos pueden resultar extenuantes si dependes de un intérprete. Lo positivo de esto es que he aprendido a economizar mucho lo que digo y centrarme en lo imprescindible. Creo que los directores muchas veces hablamos demasiado. (risas) Además, entre compañeros y compañeras de profesión hay un espacio común que va más allá de la lengua. Y si todos queremos comunicarnos de verdad, la cosa funciona. No es más difícil ser extranjero aquí que en cualquier otra parte. Hay quien te mira raro y piensa “éste qué hace aquí, por qué no trabaja en su casa” pero también hay quien te ve con curiosidad e interés y notas que hay una cierta expectación. No es fácil que te acepten, pero en general no es fácil que te acepten en ningún sitio, siempre tienes que ganártelo. Aquí la profesión teatral y dancística es una comunidad muy amplia y variada y en general nunca he tenido ningún gran problema digno de mención.

Carlos Rodero

Carlos Rodero, 2015

¿Qué destacarías del panorama teatral húngaro? ¿Qué crees que puedes aportar?

Como te digo, una cosa que me impresionó desde el principio fue la variedad y la gran cantidad de salas que hay en la ciudad. Con producciones de todo tipo. Prácticamente todas tienen su propia compañía y su público fiel. Nunca he visto una sala vacía. El sistema de repertorio permite a los teatros mantener una oferta muy seria de distintas obras que, a veces, aguantan varias temporadas. El teatro y, aunque en menor medida, la danza forman parte de la sociedad y los húngaros valoran y apoyan las artes escénicas, más allá de géneros y de calidad artística. En cuanto a mi aportación, a veces me han hecho esta pregunta refiriéndose a mi nacionalidad, “qué puede aportar un español…” y no creo que tenga mucho que ver con esto… Quizá porque uno acaba adaptándose a la forma de hacer las cosas de aquí, lo que he aprendido, mi cultura… bueno, son pequeñas cosas. Lo que aporto es mi propia forma de ver las cosas, mi mundo personal. Esto es muy difícil de vender.

¿Cómo empezó todo?

Escribí y luego dirigí una obra para títeres y actores para la compañía BaoBab Teatro, que luego estrenamos en el Teatro Kolibrí. Ese fue mi primer trabajo profesional en Budapest. Tres deseos. Era un cruce entre un cuento de tradición de Europa occidental con otro eslavo, muy conocido en Rusia. Con una adaptación de la técnica bunraku, y la participación de actores de carne y hueso, tuvo mucho éxito de público y crítica y estuvo dos años en cartel. Los niños la adoraban, pero los adultos eran los que más se reían. (risas)

Luego, llegó Csodakvintett.

Sí, un par de años después. La verdad es que fue una de esas producciones en las que te lo pasas bien desde el principio. Trabajé con equipo fantástico y así todo es mucho más fácil. Los actores eran geniales. Conseguimos sacar el grotesco, la caricatura, que en principio es algo así como un agujero negro en su formación. Estuve entrenándoles un par de semanas antes de empezar los ensayos y luego todo fue como una seda. El público se lo pasaba en grande y los críticos me pusieron por las nubes. Fue todo un gran regalo.

A partir de Fragmentos de un diario de trabajo, empezaste a experimentar con el texto y la implicación física de los actores.

Fragmentos fue un proceso difícil. Eran un trabajo en el que me impliqué mucho a nivel personal y eso no siempre es una buena idea. Además quería probar cosas que, por decirlo de alguna manera, se salían bastante de lo convencional y el esfuerzo por comunicárselo a los actores con el inconveniente del idioma fue monumental. Eran estupendos y al final conseguimos un buen espectáculo que recibió buenas críticas, y el impacto con el público fue brutal. Después de varios meses después del estreno, seguía recibiendo mensajes y comentarios. Fue todo muy intenso.

Carlos Rodero

Carlos Rodero, 2015

Con tu formación originaria, cimentada en el teatro de texto, ¿cómo llegaste finalmente a la danza?

Siempre he sentido un interés muy especial por la danza, no sé si podría explicarte exactamente por qué. A mi paso por el Institut del Teatre de Barcelona, donde, como dices, estudiaba dramaturgia y dirección escénica, cuando podía, digamos como actividades extraescolares colaboraba con compañías de danza que me pedían asesoría dramática o que les escribiera algún texto para su espectáculo. Quizá no era más que un flirteo, pero siempre he sentido una gran atracción por el teatro de movimiento y desde mi labor como director escénico, si me es posible, trato de darle un componente visual y corpóreo a los textos que manejo. Fue aquí donde empecé a plantearme crear espectáculos que fueran más allá del texto o que lo incluyeran de una forma alternativa. Empecé a colaborar con coreógrafos y bailarines. Entonces me di cuenta de que esa fórmula quizá me abría las puertas para expresar muchas más cosas y con lenguajes mucho más impactantes. Aunque pronto me di cuenta también de que quería transcender lo que se ha etiquetado como danza teatro, es decir, espectáculos de danza más o menos teatralizados o con algún componente dramático puntual.

Y la respuesta es el Teatro Físico.

Bueno, sí. Esta expresión siempre me ha resultado un poco exasperante. Es una especie de redundancia perversa. Aunque no deja de insinuar una posibilidad metafísicamente posible, quiero decir que si hay Teatro Físico también debe de haber un teatro que no lo sea, es una idea fascinante. Pero, vale, aceptamos este término que pusieron de moda los británicos, algunas compañías como DV8 o Theatre de Complicité, y así nos entendemos. El problema se plantea a la hora de definir qué es. No se me ocurre otra expresión que tenga más acepciones, parece como que entra todo. Un espectáculo de mimo o clown es teatro Físico y también uno de danza contemporánea en el que los bailarines utilizan la palabra en algún momento… En realidad, para mí Teatro Físico es sinónimo de Teatro Total, o sea, un espectáculo en el que quepa todo, también, por qué no, el texto. Y claro, yo ando también intentando encontrar mi propia definición.

Pero entonces, ¿prefieres a los bailarines que a los actores?

(Risas.) No, no. En absoluto. Son distintos, no solo su formación obviamente, sino sus motivaciones, sus objetivos, incluso a veces el trato o la forma de trabajar, son distintos. Conozco muy bien a los actores. Me gustan los actores y no podría ser de otra forma. Yo mismo fui actor. Creo que entiendo sus procesos y sus debilidades. Me gusta acompañarlos. Con los bailarines y bailarines entablo otro tipo de relación. Pero al final, lo que siempre ando buscando es al intérprete. Quien pueda incorporar las habilidades de ambos mundos. Y no me refiero solo a un actor que pueda bailar o un bailarín que sea capaz de pronunciar un texto… Sino que los actores entiendan los procesos corporales, el entrenamiento y la disciplina de los bailarines y estos incorporen la intuición dramática, la presencia escénica de los actores. El resultado es el performer, entrenado y preparado para un espectáculo de Teatro Físico.

Matruska, Anatomía de un desgarro, Orfeo mordiendo el polvo.

Sí, fueron unos años muy intensos de trabajo con coreógrafos, bailarines y bailarinas… Apasionante. Matruska tuvo varias versiones y viajamos mucho. Anatomía fue un encargo del Instituto Cervantes que estrenamos en el Teatro Nacional de la Danza y luego llevamos a Madrid. El reto era hacer algo así como unas vidas paralelas entre dos poetas, Miklós Radnóti, húngaro y Miguel Hernández, que tenían muchas cosas en común. A través de una selección de poemas, que luego no se pronunciaban en el escenario. Imagínate. Tuvo mucha aceptación.

Carlos Rodero

Carlos Rodero, 2015

Orfeo mordiendo el polvo ha sido sin duda, tu montaje más polémico. ¿Cómo viviste esa experiencia?

Fue un esfuerzo ímprobo de producción. Trabajamos con una formación de jazz, Balázs Elemer Group, muy conocidos aquí, que adaptaron la música de Monteverdi y tocaban en directo e invitamos a una intérprete española. Yo me sentía muy libre y, por una vez, no hubo ningún tipo de autocensura o restricción. El resultado fue un espectáculo muy potente que dividió a todo el mundo. Hubo gente a la que le encantó y otros lo rechazaron de plano. Críticas muy muy buenas y otras, bueno… Nos dieron muchos palos. También lo presentamos en Madrid y allí funcionó bien. Tengo un recuerdo agridulce de todo aquello, nos pasó de todo. Y hubo algunos malos momentos. Pero es uno de los trabajos de los que estoy más satisfecho.

¿Qué lugar ocupa la pedagogía en tu vida profesional?

Siempre digo que la pedagogía —que yo prefiero llamar entrenamiento— es la parte utópica de nuestra profesión. El sueño de muchos es trabajar con intérpretes formados por uno mismo. Por eso cuando imparto un taller siempre trabajo con los participantes como si fueran a trabajar conmigo en uno de mis montajes. Me gusta pensar que les doy herramientas e inspiración para que puedan ser más creativos, para que puedan involucrase más en el proceso de construcción de una pieza. Obviamente la realidad impone sus reglas y el intérprete tiene que trabajar en circunstancias que nos propicias en absoluto a lo que ha estado experimentando en su entrenamiento. Tiene que adaptarse o perecer. Yo mismo, como director, tengo que hacer cosas que claramente van en contra de lo que enseño, que no es otra cosa que lo que me gustaría hacer a mí. Estas son las contradicciones de la vida profesional. Pero lo que importa es que, siempre que sea posible, habría que crear las circunstancias para poder trabajar de la mejor forma posible. Muchas veces no es posible, pero algunas veces, sí.

¿Te refieres a la dicotomía compañía independiente-teatro estable?

No es tan simple. Dicho así parece que las compañías independientes tienen más libertad y pueden ser más creativas, pero esto no siempre es así. Las dificultades económicas o de producción pueden ahogar un proyecto y convertirte en servidor de varios amos. De la misma manera, en un teatro estable, donde todo está jerarquizado y hay una especialización del trabajo, pueden aparecer resquicios que te permiten hacer algo interesante. Pero, sí, en este tipo de teatros es prácticamente imposible imponer tu estilo de trabajo. Es al contrario. Y uno tiene que adaptarse y hacer lo posible con lo que tiene. Cuando trabajo con mi propia compañía, claro, en cada montaje lucho con uñas y dientes para conseguir hacer las cosas como creo que han de hacerse… Pero eso no significa que siempre lo consiga.

¿Qué tienes entre manos?

Ahora estoy preparando una puesta en escena a partir de una selección de cuentos de Patricia Highsmith y el estreno en Budapest de dos montajes que presenté la temporada pasada en provincias. Y un montaje de danza basado en Las Ruinas Circulares de Borges.

Carlos Rodero

Carlos Rodero, 2015

Carlos Rodero

Zolnay Ágota © 2015

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